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jueves, 21 de octubre de 2010

Entrevista a Betty Elizalde

-Betty, ¿cuál es la razón por la cual hay pocas mujeres ejerciendo la conducción radial?


-No encuentro una explicación lógica. Se escuchan voces en cantidad, pero disminuidas en calidad. Y además son frontones de los conductores. Allí está esa legión a la que se recurre para dar la hora, la temperatura y la humedad o leer alguna publicidad que no está cargada en la PC, y me ofende, porque constituyen el blanco de todo tipo de agresiones, supuestamente desde la óptica del humor o la ironía. Yo celebro el chiste inteligente, pero no ese humor que apunta a la humillación. Reconozco que no lo digo sólo ahora y quizá por eso elegí estar en esta emisora, La Isla, donde no es casual que haya en su programación diaria tres programas femeninos (la primera mañana con Gloria López Lecube, la segunda con Luisa Valmaggia y luego el mío). Y aquí hago lo que me gusta. Siempre respondí igual ante ese tipo de expresiones: daba un portazo y me iba; claro, eran otras épocas. Recuerdo que de manera inmediata me llegaban no menos de cinco ofrecimientos. Ahora conduzco mi programa con el sistema de coproducción, porque hoy o te convertís en empresaria o te quedás en tu casa. En verdad, en la radio siempre tuvo preminencia el hombre, pero la mujer ocupaba un lugar más cuidado que el actual, en el que debe soportar todo tipo de guaranguerías. A mí me molesta escuchar que no se las menciona por el nombre, sino por apodos muy desagradables, y como contrapartida están las locutoras de FM, a las que aleccionan para que mantengan cierta uniformidad, que no tengan personalidad y que no se las distinga. Con muy pocas excepciones, como Elizabeth Vernaci, que supo plantarse y bien. Creo que en ese aspecto hay casi una suerte de discriminación.

-¿Usted siempre fue una mujer de armas llevar?

-Toda la vida. Por las injusticias encaré a compañeros y hasta a autoridades de emisoras; acepto el diálogo, pero no que me cambien las reglas de juego. Y esto surgió ya en el 70, cuando Edgardo Suárez, con el que íbamos a conducir un nuevo ciclo, anunció que quería hacerlo solo. Yo quedé afuera y a partir de ese momento decidí que quería hacer exactamente lo mismo. Hoy siento que quizá resigné la pelea por el primer lugar, pero estoy muy cómoda, me considero una gran escuchadora, me gusta poner la oreja. Los oyentes lo saben y a esta altura compartimos todo: ideología, autores, poemas, melodías, canciones, ritmos, etc. Y como no soy nostálgica rechazo propuestas de los que quieren que vuelva a conducir una nueva versión de las "Siete lunas". Por Dios ¿a esta edad? Pero debo señalar -y lo dice en un tono con cierta ironía- que lo sigo haciendo para Ecuador. Vienen de una emisora importante dos veces al año: grabo muchísimas horas: textos, música y hasta publicidad, y luego lo ponen el aire; pero allí no me conoce nadie, sólo escuchan mi voz.

-De todas maneras "Las siete lunas de Crandall" marcó un hito en su carrera y en la radio?

-Sí, y sería muy necia si no lo reconociera. Ese ciclo, que produjo la agencia de Julio Moyano, marcó el punto de inflexión, porque el oyente dejó de ser pasivo para ser más participativo y podríamos decir que tuvo un ida y vuelta más íntimo. "Las siete lunas" llevó a un contacto casi personal con la audiencia y cada uno sentía que "le hablaban al oído y solamente a uno". Fue un ciclo importante para trascender y hoy lo llevo en el corazón, como tantos que lo escucharon y todavía hoy me paran en la calle y me dicen cosas tan maravillosas que me emocionan y hasta recibo abrazos increíbles recordando esos momentos del programa. Soy consciente de mi voz y mi estilo, pero la pionera en esto, y hay que remarcarlo, fue Lidia Saporito. Sin embargo, a la hora del balance, sin dejar de lado ciclos como "La gallina verde", "¿Y a mí por qué me escucha?", programas con Marcos Mundstock como "El sillón y la copa"y otros como "Adán y yo" y "Buenas noches señor Adán", mi recuerdo más entrañable es para "El buen día", que se emitía los sábados, de 8 a 12, en Del Plata, y compartíamos la mesa con Tomás Eloy Martínez, Carlos Burone, César Bruto, Roberto Rial y Raúl López Biel: era una gloria y creo que no podría compararlo con ninguno de los actuales.

-¿Existe alguna fórmula para realizar un programa exitoso?

-Si existe yo no la pongo en práctica. A quién se le ocurrió que es ese delicado equilibrio entre la música y las palabras o que debe haber en todo programa una cortina identificatoria. Yo creo que un programa es exitoso cuando resulta entretenido; por esa razón me gustan Dolina, Lalo Mir, me encantaría escuchar a Peña otra vez en alguna emisora, porque sorprenden, son creativos y lógicamente entretienen a los oyentes.

-¿Cuál es su opinión de la radio actual?

-La veo impregnada y en algunos casos hasta invadida por la TV. Tengo la sensación de que muchos programas se arman con lo que pasó la noche anterior en la pantalla chica. Y en algunos casos la observo vacía de contenidos, como necesitando mostrar una imagen joven y con los códigos que da en general la TV, donde se festejan hasta las arbitrariedades. En la mañana se brindan notas o reportajes casi en cadena nacional, o se inspiran netamente en la tapa y títulos de los diarios o revistas de actualidad, a los que no me parece mal tener en cuenta, pero no para que sean sólo los únicos referentes. ¿Será porque creen que la radio es periodismo? El periodismo es sólo uno de los elementos de la radio. Y en algunas circunstancias esto se refleja como una clara falta de profundidad. Por otro parte, me preocupa la actitud que asumen algunos conductores, que en su afán de parecer más jóvenes -porque les da terror aparecer como viejos- se manifiestan hasta en forma grosera o procaz, tratando de copiar un lenguaje que en el fondo casi no entienden. Porque incluso para hacer radio como si se tratara de un simple encuentro entre amigos en un bar hay que saber sostenerlo. A mí me pasa todo lo contrario, y sin embargo desde que Fernando Peña es asiduo concurrente a mi programa he capitalizado mucha audiencia joven, pero no por eso he cambiado mi forma de expresarme y sé que me aceptan como soy. Me parece que mucho tiene que ver en todo esto la falta de formación de muchos comunicadores. Quizás este pensamiento se deba a mi fanatismo por la radio, que me ha sostenido en los momentos más críticos de mi vida.

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